(h)amor 6: trans
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Sobre este e-book
Trece voces ponen cuerpo, afectos y escritura para tratar de dar respuestas a estas y otras cuestiones en este volumen colaborativo, (h)amor 6_trans. Un conjunto diverso de reflexiones con una misma reivindicación, la de una vida plena, que merezca ser vivida, y llorada.
Coordinado por Lucas Platero
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(h)amor 6 - Alana Portero
VV. AA.
(h)amor⁶
trans
Coordinado por Lucas Platero
Logo Continta me tienesVV.AA.,
(h)amor
6
trans, Editorial Continta Me Tienes,
colección La pasión de Mary Read, Madrid.
Primera edición: febrero de
2020
Edición a cargo de Sandra Cendal.
Coordinado por Lucas Platero
252
pp.,
17
x
11
,
5
cm. Depósito legal versión impresa:
na 49-2021
ISBN versión impresa:
978-84-122760-2-2
IBIC: JFFK
Logo Continta me tienesContinta Me Tienes
C/ Belmonte de Tajo
55
,
3
º C
28019
, Madrid
91
469
35
12
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Los textos e imágenes son propiedad de sus autorxs
© de esta edición: Continta Me Tienes
Diseño de colección: Marta Azparren
Colección La pasión de Mary Read,
24
(h)amor⁶ trans
Cuidados. Mi experiencia como mujer trans en la institucionalización del amor familiar,
Alana Portero
Te quiero, Pol Galofre Molero
Parpadeos, Ártemis López
Adiós, Lucas, Coco Wiener
Poema Flor, Roberta Marrero
¿Has probado la leche travesti? Escrituras desde la soledad negra-cimarrónica, iki yos piña narváez funes
Bonitx, Coco Guzmán
Amor puti, Sabrina Sánchez
Un tío sin polla hablando de follar. Sobre la potencia política del deseo y lo que una mirada trans puede aportar a la educación sexual, Teo Pardo.
Lost In Transition,Elsa Ruiz
Una vida plena, Alicia Ramos
Mi reflejo, Jenifer Rubí
La Veneno no me deja dormir, Lucas Platero
Referencias
Cubierta
Índice
Chapter
Cuidados.
Mi experiencia como mujer trans en la institucionalización
del amor familiar
Alana Portero
Alana Portero
(Madrid,
1978
) es doctora en Historia por la UVA. Directora de teatro, dramaturga, cofundadora de la compañía de teatro Striga y escritora. Actualmente escribe cada semana en su página de Patreon, en la revista Agente Provocador y ocasionalmente en el diario El Salto; en especial sobre historia de los activismos feministas y LGTB, sobre todo con un enfoque en la realidad de las mujeres trans.
Cuidados.
Mi experiencia como mujer trans
en la institucionalización del amor familiar
Alana Portero
Una secuencia
Apenas has alcanzado la duermevela y vuelve a despertarte un quejido, una respiración interrumpida por las flemas, un lamento, una llamada urgente por enésima vez esa noche. Tu cuerpo funciona a través de la memoria muscular. Ya ni piensas en lo que tienes que hacer. Hay protocolos establecidos por la práctica para todo. Atajos. Solucionas la contingencia, manipulas el cuerpo que está a tu cuidado con la precisión que te ha enseñado la repetición y el tiempo.
En algún momento te diste cuenta de que ya no necesitabas el amor para cumplir con los cuidados. Que este amor es algo que sobrevuela la situación, lo que hace que no tires la toalla, pero casi no tiene otro papel que el de actor secundario. El amor no limpia heces, ni cura escaras, ni recoge saliva, ni acompaña las cucharas a la boca.
Una mala palabra, un mal gesto contra ti ya no te afecta en absoluto. Comprendes que los cuidados se han institucionalizado y que ya no son, exactamente, una relación de protección y vulnerabilidad entre personas que se quieren. Son otra cosa. Las personas implicadas en esta relación se siguen queriendo, es importante insistir en que el amor no se ha ido a ninguna parte, simplemente no tiene casi nada que ver con este anexo en la historia de una familia que es la gestión de una situación de dependencia.
Durante una convalecencia temporal sí hay un flujo de amor constante y sano. Saber que tendrá un final estructura los eventos y hay tiempo para el agradecimiento y los cierres. La gestión del cansancio o de los inconvenientes derivados de atender las necesidades de una persona temporalmente incapacitada es diferente. Es posible. Hay un principio en el que se camina al mismo tiempo, después, una mejora en las habilidades necesarias para atender debidamente a quien lo necesita, con ello, un tiempo extra para las personas involucradas que puede aprovecharse para acercar emocionalidades, para conversar, para acompañar; superado lo peor, empieza la evolución positiva en la salud de la persona atendida, una ganancia de autonomía, un tiempo para el agradecimiento, una recompensa emocional para las partes implicadas y un final feliz.
En una situación de dependencia que no tiene solución —entendiendo por solución la recuperación de la autonomía— la gestión de los tiempos y de las emociones es casi imposible. Queda la desesperación o el letargo. No se puede sufrir cada día durante años sin que la salud mental estalle por los aires. El problema es que tampoco se puede —o no se debe— «amar» intensamente cada minuto de todo ese proceso. La sensación de pérdida, de desmoronamiento, sería tal, que pasado el trance no quedaría ni una conducta sana en la persona que ha ejercido la labor de cuidados.
El letargo
Se atienden todas las necesidades, todas las emergencias, todas las eventualidades. Se hace con mimo y diligencia, pero sin pensar demasiado, sin ser completamente consciente de lo que está sucediendo, aplicando los protocolos con cuidado y reaccionando deprisa a las situaciones nuevas, pero sin permitir que cada escenario sea, por sí mismo, una laceración emocional, una preocupación que superar, un poco más de légamo en el que hundirse. Es superviviencia básica. El amor en tiempos de cuidados extremos queda para las pausas, para los silencios, para cuando se guarda el sueño del otro. Un gesto pequeño, una sonrisa, una conexión mínima que nos recuerde a todas las partes implicadas que seguimos ahí con el corazón intacto. Quizá una conversación que se da en términos de «tiempo muerto». Islas de amor en medio de un océano que hay que vadear sin dejar de remar.
Suena la alarma. Haces lo que tienes que hacer. Ignoras las muecas. Ignoras los lamentos. Ignoras los ataques de frustración y furia. Ignoras las lágrimas. Solo haces, haces y haces. Como si no estuvieras allí del todo. Inmune al reproche. Inmune al miedo. Inmune a tus propias reclamaciones de ayuda. Nada existe excepto «lo que tienes que hacer» mientras «tienes que hacerlo». Dejar pasar los días, repetirlos, saber que siempre que abordas la limpieza de cada mañana entra el mismo rayo de luz por la ventana e ilumina el mismo fragmento de cadera del cuerpo que estás atendiendo. Consuela la exactitud de los astros. Su cadencia. Efectivamente es cuestión de cadencia. De no parar y no acelerar. De no desmoronarse ni por exceso, ni por defecto. Seguir como Beppo Barrendero en Momo. Una barrida, una respiración, un paso. Una barrida, una respiración, un paso. Así hasta que de repente la calle se ha terminado.
Las cámaras estancas
Salir fuera. Descansar algún día cuando te sustituyen. Salir asumiendo toda la capacidad del verbo. Salir del espacio. Salir del letargo. Salir de las acciones. Salir de las rutinas, de las alarmas, de las imágenes que constituyen tu normalidad.
Para la persona que recibe los cuidados es fundamental una rutina, son más efectivos y la sensación de que todo está controlado mejora la calidad de vida de quien casi la ha perdido por completo. Esta necesidad puede ser tan demandante que acaba por destruirlo todo si no se maneja con firmeza. El letargo es el arte de la dosificación, este no puede producirse sin sellar los espacios de cuidados y sobre todo los de descanso como cámaras estancas. Estás fuera. Puedes descargar en otro u otros, ser, por un momento, sujeto de cuidados.
Esto es un privilegio, pírrico, pero que puede suponer la diferencia entre aguantar o no. Tener a donde ir y con quién. 24 horas en las que pelear constantemente con el fantasma del cuerpo cuidado. 24 horas de exorcismo constante. Tienes que intentar dejarlo aparte en el «otro espacio». Olvidarlo. Es en esos momentos en los que amas más que nunca a la persona a la que cuidas.
Desde lejos, incluso desde el olvido, ves todo el escenario, contemplas las necesidades y la fragilidad de quien está a tu cargo. Te permites, sola o acompañada, la posibilidad de ceder a la emoción, drenar, amar con calma, frustrarte, quedar limpia y sentirte viva, acumular oxígeno para otra semana de inmersión.
¿Quién cuida en esta familia?
Las dinámicas familiares, los afectos, el mismo amor, no escapan a las lógicas capitalistas. El reparto equitativo de tareas, situación ideal en casi cualquier labor que haya que enfrentar en la vida, no es, ni de lejos, la opción habitual cuando se presenta una contingencia de dependencia. ¿Quién cuida? El sesgo de género es el primero en ponerse sobre la mesa. Las mujeres cuidan mejor por decreto patriarcal. Aquello de la sensibilidad, el detalle y la paciencia.
El miembro más pobre de la familia es el siguiente. El trabajo peor remunerado es el que puede desatenderse. Da igual que sea la única y escuálida fuente de ingresos de una casa. Por otro